Malick ha alumbrado una obra de arte, una sinfonía bellísima, un canto a la vida que suena como una ofrenda al Dios que hizo el cielo y la tierra, un Dios enamorado perdidamente del hombre. Malick maneja el cosmos para hacer entender que el hombre es el centro del universo porque Dios así lo ha querido, y por eso el eje del relato es la familia O’Brien, un matrimonio de evidente origen irlandés, gente de clase media de un suburbio de Tejas. Gente que ama y es amada. Gente que tiene que elegir entre el camino de la naturaleza y el camino de la gracia. Gente que sabe que si no ama su vida pasará como un relámpago. Fila Siete.
Encabeza el filme la cita bíblica completa del “Libro de Job” 38: 4-7: “¿Dónde estabas cuando Yo cimentaba la tierra? / Explícamelo, si tanto sabes….”. Y, a continuación, una voz femenina sienta las dos coordenadas de la historia: “Hay dos caminos que puedes seguir en la vida: el de la naturaleza y el de la Gracia”, mal traducido al español como “el de lo divino”. Y explica que el camino de la Gracia no teme desagradar ni huye de los sacrificios y los insultos. Mientras que el camino de la naturaleza tiende a la autocomplacencia y la autoafirmación sobre los demás. A esos dilemas se enfrenta en los años 60-70 del siglo pasado una mujer católica practicante de Waco, Texas, la Sra. O’Brien (Jessica Chastain). Y clama a Dios con desgarradora sinceridad, pues se siente incapaz de sortear la desesperación ante la muerte del pequeño de sus tres hijos, quizás en la Guerra de Vietnam. “Ahora está en manos de Dios”, la consuela su esposo, el también católico Sr. O’Brien (Brad Pitt). “¿Pero no ha estado siempre en sus manos?”, le responde ella con pasmosa lucidez. Una angustia similar a la de la Sra. O’Brian atenaza ya en nuestros días a su hijo mayor, Jack (Sean Penn), un insatisfecho ejecutivo de éxito, que ansía reencontrarse con sus raíces y con Dios. Para ello, rememora con Él su infancia y adolescencia (Hunter McCracken), iluminadas por las felices correrías con sus hermanos R.L. (Laramie Eppler) y Steve (Tye Sheridan), y ensombrecidas por su progresivo alejamiento de su padre, un hombre íntegro, piadoso y cordial, pero voluntarista, que trata a sus hijos con excesivo rigorismo, lanzando sin querer a Jack a sus primeros pecados conscientes. JJ Martín (Pantalla Grande).
Realmente el grandísimo y esquivo cineasta Terrence Malick no hace otra cosa que seguir a los miembros de una familia católica -sobre todo a los padres y al hijo mayor-, que siempre se han apoyado en Dios, pero cuya fe se ve puesta a prueba -como la cualquier otro hijo de vecino- por los acontecimientos de la vida diaria. Y lo hace centrado el tiro en momentos ordinarios, agradables y desagradables, y manejando con voz en off los conceptos básicos que ayudan a configurar una vida lograda, donde son básicos el amor y el perdón. No faltan los momentos de duda, la prueba del sufrimiento, la rebelión contra Dios, la tentación del pragmatismo, la constatación de que, citando a san Pablo, uno hace lo que no quiere. DeCine21.
Sin cuestionar la indudable belleza de las imágenes y la profundidad de lo que se nos muestra, me parece ardua de ver. Está llena de simbolismos; unos se entienden y otros no. Si uno no se ha documentado previamente, puede quedarse a dos velas. Estoy seguro de que muchas escenas sólo las entiende el autor y, los demás, simplemente especulamos. De todos modos es valiente y enriquecedora.... Lástima que su complejidad la haga ininteligible, y a ratos pesada, para mucha gente. La poesía es poesía y el cine cine. CineCine.
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