14 de julio de 2009

LA RETICENCIA DE LADY ANNE Y OTROS CUENTOS

SAKI

Editorial Siruela

Traducción de Jesús Cabanillas


Me ha gustado bastante el libro. Es el primero que leo de este escritor británico que firmaba bajo pseudónimo, pues su verdadero nombre era Hector Hugh Munro. Se trata de una autor inglés, nacido en Birmania en 1870, hijo de un oficial de policía al servicio del Imperio Británico. Primorosamente educado, comenzó su carrera de escritor como corresponsal de prensa en diversas ciudades europeas, oficio que abandonó más adelante para dedicarse por entero a la literatura. Su sentido del deber, le llevó a alistarse como voluntario al estallar la Primera Guerra Mundial, con la fatalidad de ser herido en el frente, en 1916, privándonos tempranamente del genio literario de uno de los mejores cuentistas del siglo XX.

En realidad se trata de un librito por su extensión, apenas 112 páginas, pero grande por su contenido. Son 12 cuentos, de temática diversa, que pueden leerse a salto de mata con la condición, si no queremos perder la fuerza de la narración, de leer cada historia de un tirón; de principio a fin. Cada una de ellas consigue atrapar al lector y sorprenderlo, bastando apenas 10 páginas para sumergirnos en un relato inquietante, con personajes bien perfilados, con hondura psicológica, intriga y unas notas de humor que hacen sonreir incluso en situaciones que, de suyo, producirían desasosiego. La verdad es que se me ha quedado corto y se me hace la boca agua simplemente pensando lo que pueden ser sus Cuentos completos, editados por Alpha Decay, con 840 páginas llenas de sugerentes sorpresas.

"Egbert entró en el gabinete, espacioso y sucintamente iluminado, con el aire de un hombre que no está seguro de si se adentra en un palomar o en una fábrica de bombas y se halla preparado para ambas eventualidades. El insignificante altercado doméstico ante la mesa del almuerzo habíase disputado sin llegar a término definitivo y el problema era saber hasta qué punto Lady Anne se encontraba en disposición de reiniciar o cesar las hostilidades. Su postura en el sofá, junto a la mesa del té, era de una rigidez un tanto artificiosa; en la penumbra de un atardecer de diciembre los quevedos de Egbert no le eran materialmente de gran utilidad para distinguir la expresión de su rostro (...)"

No desaprovecha la ocasión el autor para fustigar costumbres, actitudes y tradiciones que ocultan, bajo su noble y deseable apariencia, rencores ocultos, mezquindades y situaciones no tan idílicas como nuestra imaginación tiende fabular.

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