9 de marzo de 2010

INVICTUS (2009). Clint Eastwood. Drama deportivo

Creo que Invictus no defraudará a nadie. Clint Eastwood no es ningún mito. Es un maestro en el arte de contar historias a través del cine, a la altura de los más grandes cineastas de todos los tiempos. En los últimos años no dejaba de sorprendernos película tras película. Sin embargo, no eran historias fáciles; me estoy acordando de Cartas desde Iwo Jima o de Million Dollar Baby. Ahora, con Invictus, culmina la línea apuntada en Gran Torino y sí podemos hablar de un director para todos los públicos. Seguramente no esté a la altura de las anteriormente citadas y de otras que nos hemos dejado en el tintero, pero es una historia que puede llegar perfectamente a todo el mundo. Una historia épica, emotiva y cargada de valores, en la que quizás abuse un poco de escenas deportivas particularmente efectistas. Pero esto es un defecto menor y probablemente sólo disuada a los más recalcitrantes enemigos del deporte.

Invictus está basada en el libro de John Carlin, El factor humano, que en España está editado por Seix Barral. Es un relato sobre la inteligencia con que Nelson Mandela supo captar la capacidad del deporte para superar divisiones y aglutinar a un país dividido en torno a la enseña nacional.

Después de más de veinte años en prisión, cuando Mandela es puesto en libertad, pone en práctica su programa largamente meditado durante veintisiete años sin más horizonte que una diminuta celda y trabajo diario en la cantera. El país –Sudáfrica- está al borde de la guerra civil. Tantos años de apartheid –un sistema legal basado en segregar cuidadosamente a los ciudadanos según el color de su piel-, han sembrado de odio el corazón de unos y de otros. No hay motivo ni razones para la esperanza. La venganza se enseñorea del alma de los sudafricanos. Pero hete aquí, que no todos son de la misma opinión. Hay quien piensa que la reconciliación es posible, y conseguirlo pasa por hacerse con el poder democráticamente. ¡Qué diferencia con quien no ve el escaño más que como un peldaño hacia el estrellato personal y la glorificación del propio ego!


Cuando Mandela gana las elecciones y se convierte en Presidente de Sudáfrica después de tantos años de odios e injusticias, unos creen llegada su oportunidad de tomarse la revancha  tan largo tiempo soñada, otros temen las represalias. Pero nada de esto ocurrirá. El día que el nuevo Presidente toma posesión del edificio presidencial, asistimos a una procesión de funcionarios blancos desalojando despachos y empaquetando pertenencias. La estampida es generalizada. Parece que la cosa va a seguir como siempre, sólo que ahora serán los negros quienes asuman el mando y a los blancos les tocará aguantar. Nada más alejado de la realidad. Mandela convoca al personal que todavía no se ha largado, y les dice que cuenta con ellos, que los necesita, que África requiere el compromiso de todos los africanos. Este es el comienzo de una historia cuyo guión aún no estaba escrito. Se escribiría día a día, a golpe de inteligencia y humanidad, de respeto y generosidad, de perdón y reconciliación. No será fácil, pero el hombre es dueño de su propio destino y capitán de su alma. El futuro de cada cual, digno o indigno, se juega diariamente en la cancha de la libertad personal.

La película, formalmente, es impecable. Los principales intérpretes, Morgan Freeman en el papel de Mandela y Matt Damon en el de capitán de la selección nacional de rugby, hacen muy bien su trabajo. Tiene escenas deportivas muy espectaculares, aunque hay quien considerará que Eastwood abusa un poco de ellas, así como del tono melodramático de muchas situaciones. La banda sonora es magnífica y la historia está muy bien contada. No obstante, a mi modo de ver, lo más importante de la película está más allá de estos aspectos puramente técnicos. Lo fundamental, está en la inequívoca llamada al perdón y la reconciliación, al auténtico sentido de la libertad como motor de desarrollo personal, a la gratitud, a la capacidad de salir delante en cualquier situación tomando las riendas del propio destino. Además, el director, sortea inteligentemente el riesgo de mitificar al personaje, aprovechando una conversación intrascendente entre un escolta y el presidente, donde parece apuntar que no todo en su vida ha sido acertado. Es más, quizás haya fracasado en un ámbito tan fundamental como es el familiar. De todas formas, Eastwood se conforma con apuntarlo levemente, sin hurgar en este aspecto de la vida del protagonista.

Invictus es una bonita y emotiva película que deja al espectador pegado a la butaca y tarda en abandonar la sala mientras se recrea con la música y los créditos finales.

Ver ficha técnica completa en decine21.com

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