Damos un salto atrás en el tiempo y nos trasladamos al siglo XVIII, al corazón de la selva sudamericana, en las inmediaciones de las cataratas de Iguazú. Un paisaje idílico, lejano de cualquier “civilización”, es el marco de esta historia de amor, valentía y traición. Un homenaje a la generosa labor de los jesuitas en favor de los nativos y, al mismo tiempo, un testimonio de las contradicciones de nuestro mundo “civilizado”: la luz, representada por el trabajo de los jesuitas, y la oscuridad, patente en el pragmatismo político y la avaricia sin control, hasta el punto primar los intereses económicos sobre cualquier otra consideración.
En aquella época grandes terrenos de América del Sur permanecían todavía vírgenes y sus riquezas naturales eran causa de abiertas disputas entre las potencias de la época. Singularmente entre España y Portugal.
Este es el contexto histórico en que debemos situar a los dos protagonistas principales de La Misión: el padre Gabriel y Rodrigo Mendoza, dos hombres con cualidades innegables y atractivas.
El padre Gabriel es un jesuita que dirige una misión entre Paraguay y Brasil. No ha sido fácil conseguir civilizar a los indios guaraníes, pero su fe, su audacia, su valentía y la confianza en Dios cultivada en la oración han conseguido el milagro. No tiene otra arma que el amor y con ella afronta su misión lleno de esperanza y convicción. Cuando pasa el tiempo vemos los frutos; los indios están magníficamente organizados en explotaciones agrarias llamadas reducciones y los efectos de la catequesis son palpables. Todo esto no hubiera sido posible sin las virtudes del padre Gabriel, ni sin la colaboración de sus compañeros de orden. Es un hombre de fe y, precisamente por ello, muestra una personalidad riquísima, en la que brillan virtudes y valores como la alegría, la generosidad, la valentía, la solidaridad, la defensa de los derechos humanos, la comprensión, el desprendimiento o la constancia. Cuando las cosas se ponen difíciles y ve que la labor de tantos años se puede ir a pique por intereses políticos, intenta por todos los medios pacíficos defender los intereses de aquellas criaturas, tan hijas de Dios como los portugueses o los españoles, permaneciendo junto a ellas sin abandonarlas a su suerte.
El padre Gabriel es un ejemplo de audacia. Su vocación apostólica lo conduce hasta una zona recóndita del Amazonas con el único afán de servir a Dios y a las almas de los indígenas. Tendrá que vérselas con un pueblo hostil que no se caracteriza, precisamente, por el buen trato dispensado a los misioneros. Se adentra en aquellos parajes inhóspitos sin otra arma que una flauta y un corazón enamorado de Dios y de los hombres. Es una empresa valiosa y el riesgo asumido es compensado sobradamente con los beneficios que puede reportar. De hecho, cuando pasa el tiempo observamos la profunda transformación experimentada por los guaraníes. De vivir en un estado salvaje, han pasado a una forma de vida organizada en torno al poblado, donde aprenden oficios y cultivan el espíritu. Nuevamente se pone de manifiesto la insospechada capacidad de bien de todo ser humano. “Sólo” es cuestión de coherencia y de mantenerse firmes, con los ojos fijos en la meta, cuando las circunstancias se ponen imposibles. Porque… nada hay imposible para un alma enamorada.
Rodrigo Mendoza tiene un modo de ser radicalmente diferente, pero ciertamente atractivo. Después de haber ejercido de traficante de esclavos y haber llegado hasta el extremo de haber matado a su hermano por una cuestión de faldas, siente el peso de la culpa y, gracias a la ayuda del padre Gabriel, recupera la esperanza perdida. Resulta conmovedor ver a un hombre de su temperamento pidiendo la admisión en los jesuitas y plegándose a las exigencias de la obediencia y la humildad. También él decide apoyar a los indios contra las consecuencias del acuerdo entre Portugal y España pero, a diferencia del primero, piensa que el mejor modo de hacer frente a la injusticia es responder a la violencia con violencia. Ahí queda planteada la pregunta: ¿hasta dónde y en qué circunstancias es lícito el empleo de la fuerza como método de defensa de los propios derechos?
Como se deduce de todo lo dicho, los personajes más odiosos no son otros que los respectivos representantes de España y Portugal. El primero es un personaje grosero y ambicioso, sin ningún tipo de escrúpulos. El segundo es un cínico. Tampoco sale bien parado el Legado papal, incapaz de sacudirse la visión pragmática del problema.
La Misión es una película particularmente interesante para plantear discusiones sobre la licitud del uso de la fuerza, sobre las consecuencias “colaterales” de decisiones políticas o geoestratégicas, sobre las distintas formas de esclavitud que se pueden dar en nuestro mundo y la responsabilidad de todos en la defensa de los derechos de los más desfavorecidos, sobre las diferencias insalvables entre países y, para terminar, sobre la culpa, el perdón y la redención.
Sin duda, una gran película la que nos ofrece Roland Joffé, con espléndidos parajes naturales y una inolvidable música de Ennio Morricone.
Más información en decine21.com.
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