20 de mayo de 2011

LA REINA CRISTINA DE SUECIA (1933). Rouben Mamoulian. Drama histórico. Jóvenes. ****. DVD.

Título cumbre de la filmografía de Greta Garbo, en el papel de la legendaria soberana sueca del siglo XVII, que fue capaz de renunciar al trono por amor. Mamoulian supo dar a la historia el toque que requería, destacando la emotividad de algunas escenas.

Personajes

En honor a la verdad, tengo que decir que hay pocos personajes en esta historia que me hayan resultado “redondamente” atractivos. Tanto es así, que únicamente salvaría de la quema al sirviente personal de la reina, Aage (C. Aubrey Smith). Un personaje entrañable, cariñoso, servicial, y leal en cualquier circunstancia. Que no se excusa en el comportamiento nada convencional de su señora para dejar de servirla, llegando al extremo de seguirla más allá de lo que exigiría su deber.
La reina Cristina, por su parte, tiene algunas cualidades que la dotan de un peculiar atractivo como gobernante. Así, la vemos mantener su criterio –en contra de la guerra- a pesar de la oposición de toda la nobleza, o enfrentarse valientemente a la turba que pretende asaltar el palacio. Pero, sin duda, su gesto más heroico es la renuncia al trono por amor. Se trata de una actitud coherente y responsable, pues cuando constata que su punto de vista no es aceptado, no antepone sus intereses personales y decide abdicar en favor de la persona que mejor puede representar el ideal y la tradición sueca. Sin embargo, este cúmulo de virtudes se ve empañado por una moral sexual laxa y sin compromiso, llegando incluso a promocionar a tesorero real a su último amante. Precisamente es este último, Magnus (Ian Keith), el personaje más siniestro de la trama, con un repertorio bastante completo de actitudes negativas: deslealtad, ambición, mentira, instigación a la revuelta o venganza. En cuanto al embajador español, me parece un personaje tópico, sin interés, que cae fácilmente en las redes de la seducción femenina, llegando a olvidar su misión y comprometiendo seriamente –con razón o sin ella- la estabilidad de un reino por un amor insuficientemente madurado.

Temas de interés

La actitud de esta singular reina y el modo en que afrontó el conflicto entre las exigencias del cargo y sus intereses personales, puede ser un buen punto de partida para establecer un debate sobre el papel de la monarquía en la historia y en la actualidad.
Otra cuestión no menos interesante es el valor que quienes ostentan cargos representativos deben dar a sus principios y convicciones personales. Hasta qué punto puede ser conveniente y hasta necesario transigir con el punto de vista ajeno y, por el contrario, en qué momento es imperativo plantarse con honestidad, y tener la valentía de arrostrar las consecuencias.
Una tercera cuestión, muy de actualidad, sería el papel de la religión en la vida pública, qué debe entenderse por un Estado aconfesional y una laicidad correctamente entendida, frente a la ideología que defiende un integrismo laicista. La religión como elemento de unión y no como arma arrojadiza entre los pueblos.

Valor educativo

La importancia del auténtico amor conyugal en la vida de las personas. Las relaciones sexuales sin responsabilidad ni compromiso son incapaces de proporcionar la plenitud que prometen. Generan insatisfacción y conducen por un camino de búsqueda incesante y frustración permanente. El amor auténtico, el único capaz de colmar las ansias de felicidad humana, está hecho de entrega generosa y olvido de sí.
La necesidad de mantener una actitud vital coherente e íntegra en cualquier circunstancia, y no olvidar que el hombre, por mucho que lo intente, nunca tendrá un control absoluto sobre su futuro. Fijarse metas meramente humanas es renunciar a una vida plena.

Civilidad

La reina Cristina de Suecia es un buen ejemplo para contemplar esta virtud desde el punto de vista de quien ocupa un cargo público. La civilidad aplicada a quien ostenta autoridad, supone que el poder ha de ejercerse evitando actitudes extremas. Por un lado la tiranía –el tirano se apodera de sus funciones como dueño y no como representante, menosprecia injustamente a sus representados, se convierte en depredador, rompe la cohesión, fomenta la división y la confrontación, llegando incluso a erigirse en fuente del bien y del mal secuestrando la voluntad del pueblo-. En el otro, la actitud irresponsable o pusilánime de quien queriendo contentar a todos es incapaz de tomar las decisiones que se requieren en cada momento, aunque resulten dolorosas o difíciles de aceptar.
Además de evitar estos comportamientos extremos, la civilidad exige que autoridades y ciudadanos se preocupen de conocer, cada uno a su nivel, el funcionamiento de las instituciones y participen en su mejora –incluyendo la reforma del ordenamiento jurídico cuando sea necesario-, ejerzan sus derechos y cumplan con sus obligaciones. De este modo las autoridades tendrán siempre como punto de mira el bien común, desempeñando su tarea con generosidad –sacrificando el interés individual en servicio de la comunidad-, preocupándose por mejorar su preparación y competencia –rodeándose de asesores competentes, más allá de afinidades personales o políticas-, ejerciendo el cargo con honestidad, sin fraudes ni engaños al pueblo, conociendo y respetando los límites de su autoridad, y dando cuentas de su desempeño.

Más información en Decine21. Otras fuentes: Guía del Vídeo-cine (Cátedra).

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