Algunos de los textos de Ginzburg, en el que es uno de sus mejores libros, revela a una escritora que en un principio creyó nacer para poeta... Irónica, perspicaz, delicada y detallista observadora, consciente y lúcido testigo de su época, creadora humilde, siempre en segundo plano y distanciada de los errores y distorsiones de un posible "yo" que, desmesuradamente potenciado, ahogaría la riqueza de los otros muchos y preciosos murmullos que ella sabía escuchar. ABC.
Contraportada
A medio camino entre el ensayo y la autobiografía, Las pequeñas virtudes reúne once textos de tema diverso que comparten una escritura instintiva, radical, una mirada comprometida llana y conclusivamente humana. La guerra y su mordedura atroz de miedo y pobreza, el recuerdo estremecedor y bellamente sostenido de Cesare Pavese y la experiencia intrincada de ser mujer y madre son algunas de las historias de una historia –personal y colectiva– que Natalia Ginzburg ensambla magistralmente, en estas páginas de turbadora belleza, con una reflexión sagaz siempre atenta al otro, arco vital y testimonio del oficio –vocación irrenunciable, orgánica– de escribir.
Natalia Ginzburg (1916-1991) es una de las voces más singulares de la literatura italiana del siglo XX. Nacida en Palermo, publicó en 1934 su primera narración, a la que siguieron obras teatrales, ensayos—Las pequeñas virtudes (1962, Acantilado, 2002), Mai devi domandarmi (1970), Serena cruz o la verdadera justicia (Acantilado, 2010)—, novelas—El camino que va a la ciudad (1942), È stato cosí (1947), Nuestros ayeres (1952), Valentino (1957), Las palabras de la noche (1961), Léxico familiar (1963), Querido Miguel (1973, Acantilado, 2003) y Vita imaginaria (1974)—, así como la biografía de Antón Chéjov (Acantilado, 2006). El Acantilado.
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