Roman Polanski vuelve a hacer gala de su talento en esta modélica versión cinematográfica de una prestigosa obra de teatro. Dos matrimonios neoyorquinos se reúnen para hablar sobre un incidente que se ha producido entre los hijos, compañeros de colegio en una discusión de pandilla. La cita va poniendo al descubierto la personalidad de Penelope y Michael Longstreet y de Nancy y Alan Cowan. En Un dios salvaje cuatro actores enormes se ponen el mono de trabajo para dar vida a una tremenda, divertida y agridulce sátira sobre las miserias de unos representantes del capitalismo liberal poscristiano urbanita. Fila Siete.
A pesar del interés de cierta crítica hacia la hipocresía social y determinados modelos de familia, la película entronca con otras muchas que ponen el acento en el aspecto más animal del ser humano. De esta manera se subraya que bajo el barniz cultural de la educación y los buenos modales sólo hay violencia primitiva y brutalidad. Esa visión tan parcial del hombre obliga a los personajes a desmelenarse hasta el extremo, privando de autenticidad el tramo final del filme. Eso sí, brillantemente interpretado y dirigido. Asegurada la claustrofobia “made in” Polanski. J.O. (Cope).
El enfoque tragicómico es altamente ácido, somos testigos de cómo unos cónyuges que supuestamente se llevan bien, albergan en su interior rencores mil, o están atados de pies y manos por las variadas directrices de lo políticamente correcto, que los desconectan del mundo real. Los hábitos culturales, la educación de los hijos, la conciliación de vida familiar y trabajo, la protección de los animales, la ética profesional, son algunas de las cuestiones que salpican los animados diálogos, donde Polanski sabe sacar todo su jugo a despedidas en falso y a alguna que otra sorpresa embarazosa. DeCine21.
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